Cuentos en concierto reunía el pasado 10 de abril en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música dos relatos musicales bien diferentes: Pedro y el lobo de Prokófiev, y En busca de la llama perdida, del compositor Alejandro Vivas. Las familias se acercaron una vez más al Auditorio Nacional y, con ellas, niños que muy posiblemente acudían a un concierto por primera vez. Con sus ojos curiosos miraban a la directora, Silvia Sanz Torre, observaban a los músicos de la Orquesta Metropolitana o se fijaban en los diferentes tamaños y formas de los instrumentos. Con sus oídos despiertos escucharon cuentos al calor de la música y descubrieron que la música también nos cuenta historias y que, como los personajes de los cuentos, cada instrumento tiene su personalidad.
Pedro y el lobo
Al igual que el Bolero de Ravel en el concierto Música y Juguetes, Pedro y el lobo se ha convertido en un imprescindible en las citas de la Orquesta Metropolitana de Madrid con el público familiar. Y lo mismo ocurre con el narrador, Goyo González, que, con sus singulares maneras de contar, hace las delicias del público y encaja a la perfección en el estilo divertido y participativo que Silvia Sanz Torre, directora titular de la Metropolitana, quiere imprimir en estos conciertos, conciertos que tienen una dificultad añadida, pues no es fácil captar la atención de los más pequeños y mantenerlos conectados al relato y la música.
El clásico de los cuentos
Pedro y el lobo se ha convertido en el clásico de los cuentos musicales a pesar de que no tuviera mucha repercusión cuando se estrenó en 1936. Fue un encargo para el Teatro Central Infantil de Moscú con un objetivo concreto: incentivar el gusto por la música y familiarizar a los niños con el funcionamiento de la orquesta y con el timbre y carácter de las distintas familias instrumentales. Prokófiev, que se hizo cargo también de la adaptación del texto, asoció cada personaje a un instrumento y a un tema musical. El cuento se inicia con una presentación de cada uno de ellos, de manera que los niños puedan relacionar los episodios que nos cuenta el narrador con el relato puramente musical.
Un instrumento para cada personaje
El conocido presentador de radio y televisión Goyo González, colaborador de los conciertos para familias de la Orquesta Metropolitana desde 2013, nos contó, un año más, la historia de Pedro, el niño ruso que no hace caso de las advertencias de su abuelo, se aventura por el prado en compañía de un pájaro, un pato y un gato, y vence a un lobo feroz gracias a su inteligencia y astucia. Las niñas y niños pudieron reconocer el carácter decidido y valiente de Pedro en el tema musical extrovertido y alegre de los instrumentos de cuerda; los sabios consejos del abuelo en el sonido grave del fagot (Luis Alberto Ventura); el revoloteo y el canto del pájaro en las melodías saltarinas de la flauta (Francesco Cama); el caminar del pato y sus graznidos en el sonido del oboe (Alicia Cantus); el escurridizo gato en el clarinete (Álvaro Huecas); la terrorífica aparición del lobo en la solemne intervención de las trompas (Miguel Olivares, Alfonso Quesada y Marina Agudo); y a los cazadores, en el retumbar de los timbales (Daniel Alonso).
En busca de la llama perdida
La segunda obra del programa fue En busca de la llama perdida, de Alejandro Vivas, autor tanto de la música como del texto. Este cuento musical se publicó en 2016 como audiolibro y ese mismo año lo estrenó la Orquesta Metropolitana de Madrid en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional. El cuento gustó y la música no ha de guardarse en un cajón. Así pues, cinco años después, otras niñas y niños, y también sus familias, han podido disfrutar de esta obra ingeniosa y pedagógica que es al mismo tiempo un cuento y una suite de danzas, pero de danzas latinoamericanas. Las ocurrencias del texto, con sus juegos de palabras, y la variedad y animación creciente de los ritmos latinos mantuvieron la atención del público en todo momento, especialmente al final, con la samba, la batucada y el choro. Daba gusto ver a muchos pequeños de pie ante sus butacas moviéndose al ritmo de la orquesta, dirigiendo o dando palmas.
Vivo en La Pampa sin mucha pompa
Goyo González apareció en el escenario ataviado con poncho, botas y sombrero y se presentó como el Gaucho Colate para dar inicio así al relato en primera persona de una aventura musical y viajera: “Como vos vés, soy un tipo triste y psicoanalista. Vivo en La Pampa sin mucha pompa y tengo mucho de artista y poco de economista…” Escuchamos en ese momento una nostálgica milonga. Nos cuenta cómo solía descansar junto a su llama al calor del fuego hasta que “un día que llueve, se apaga la llama y se escapa la llama”. Así comienza el largo viaje del gaucho a lomos de su caballo Malambo (suena un malambo, con orquesta y directora haciendo el zapateado). Según avanza en su ruta para encontrar a la llama, el solitario viajero encuentra amigos que le dan pistas y consejos y se suman a una expedición cada vez más numerosa mientras escuchamos los sucesivos movimientos de la obra: Buenos Aires (Tango), Los Andes (Carnavalito), Venezuela (Joropo) El Caribe (Danzón y Tumbao) y, finalmente Brasil (Samba y Choro). Es en este país donde ven pasar a la llama, aunque “la llama Olímpica” (guiño del autor a la actualidad, pues cuando compuso el cuento se preparaban los Juegos Olímpicos de Brasil 2016) y, al poco, a la que en realidad buscaban, que desfilaba en el carnaval “vestida muy mona con una corona”. Después de la samba, puso final al cuento un veloz y animado Choro en el que destacó el virtuosismo de la marimba (Alba Vivas). Todo el mundo lo pasó muy bien con la historia de esta llama un poco desagradecida, pues finalmente decide quedarse en Brasil cautivada por el carnaval, aunque, según cuenta el gaucho, “de vez en cuando, me llama”.
El público marca el ritmo
Ya que estaban todos los pequeños muy animados, la Metropolitana ofreció varios bises. El primero, el Jonsuis-Jazz, una breve pieza, también de Alejandro Vivas, en la que la directora, Silvia Sanz, pidió la participación del público con percusión corporal. Los asistentes se concentraron al máximo para seguir sus indicaciones. Cada zona tenía una misión. En una hacían pitos; en otra batían palmas; en otra golpeaban con las manos en las piernas… Y a cada una correspondía una parte del compás. Había que estar atentos a la batuta para no equivocarse y salió muy bien. El público se sintió parte de la orquesta en esta cálida y sugerente pieza, una de las muchas que su autor, Alejandro vivas, ha compuesto para los niños y jóvenes que acuden a los Encuentros Orquestales que el Grupo Talía organiza cada verano en Alba de Tormes, música que nos traslada a la isla de Keke y a las historias de sus habitantes, los Jonsuis, protagonistas de su serie de cuentos Kekeñas Krónikas, a la que pertenece también En busca de la llama perdida. El segundo bis fue el Cancán de Offenbach, que Goyo González bailó animadamente haciendo volar el poncho y el sombrero. Y hubo un tercer bis, con la repetición del Choro, último movimiento del cuento, que más de uno, aunque lo disimulara con su mascarilla, salió tarareando de la sala.