Concierto Holst y Dvořák – Sábado 12 de marzo de 2022 – 19:30
Auditorio Nacional de Música – Sala Sinfónica
Orquesta Metropolitana de Madrid – Coro Talía
Directora titular: Silvia Sanz Torre
Programa: El ganso de oro, Op. 45, ballet coral de G. Holst (1874-1934) – Sinfonía n.º 9, Op. 95 o Sinfonía del Nuevo Mundo de A. Dvořák (1841-1904)
Una obra popular, imponente y emocionante y otra desconocida, elocuente y divertida fueron las que Silvia Sanz reunió con gran acierto para el tercer concierto de abono de la Orquesta Metropolitana de Madrid y el Coro Talía en su XI temporada en el Auditorio Nacional de Música: la Sinfonía nº 9 o Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín Dvořák y el ballet coral El ganso de oro (The Golden Goose) de G. Holst, un concierto que el público disfrutó de principio a fin, no solo por esa soberbia sinfonía que se encuentra entre las favoritas del público, sino por la posibilidad de descubrir el ballet coral de Holst, una obra escasamente grabada y que apenas se interpreta y que facilita un mayor acercamiento a la música de este compositor.
Un cuento para empezar
Lo primero que nos llama la atención es que The Golden Goose o El ganso de oro sea un ballet coral. No fue el único concebido por Gustav Holst. El autor de la conocida suite orquestal Los planetas se lamentaba en vida de que la fama de esta suite hubiera eclipsado muchas de sus obras. De hecho, aparte de Los planetas, son pocas las composiciones de Holst que están en el repertorio sinfónico. En el caso de El ganso de oro, podría decirse con seguridad que Silvia Sanz ha sido la primera en dirigirla en el Auditorio Nacional de Música y la Orquesta Metropolitana y el Coro Talía los primeros en interpretarla en esta sala y que es muy posible que nunca se haya programado en España.
Descubrir a Holst
No se puede conocer a un compositor por una única obra y la interpretación de El ganso de oro supuso un descubrimiento para el público, que se encontró con una obra muy dinámica, con armonías interesantes, cambios de ritmo, continuos contrastes y sonoridades exquisitas, además de lucidos solos instrumentales (trompeta, violín, oboe, flautín…). En definitiva, una obra variada, entretenida, encantadora, en la que confluyen la sencillez de melodías inspiradas en la música tradicional con estructuras y sonoridades más complejas y que, además, se escucha bien. Basada en un cuento de los Hermanos Grimm, la compositora y colaboradora de Holst, Jane M. Joseph, fue la responsable de adaptar el libreto, que nos cuenta la historia de una princesa que no puede reír. Su padre, el rey, envía a sus heraldos por el país con una pancarta: quien consiga hacer reír a la princesa se casará con ella. Será el joven Jack quien lo logre gracias a un ganso de oro mágico al que se queda pegado todo el que lo toca.
Una corte aburrida y un pueblo que quiere divertirse
La obra comenzó con un precioso y comprometido solo de trompeta (Marcos Quesada) que anunciaba la llegada de los heraldos. Poco después entró el coro, cuyas voces representan personajes colectivos: el pueblo que recibe con solemnidad a la corte (“Suenan tambores y trompetas”) o da la bienvenida a los cómicos con alegre ritmo de danza; los rústicos cómicos que interpretan un divertido juego de palabras (“La vieja y su cerdo”); las lánguidas, aburridas y desesperadas damas de la corte incapaces de reír; y hasta los diferentes registros de un órgano (“El órgano humano”) que pone en marcha un mago que enfada a los oyentes.
Aparece el ganso de oro
La siguiente parte del relato correspondió en exclusiva a la orquesta. Son los pasajes en los que, cuando se escenifica el ballet, corresponden a los solos de los bailarines, como la “Danza de las tres muchachas” con un dulce y prolongado solo de violín (José Gabriel Nunes) con aire de danza folclórica inglesa y la “Danza del ganso”. Durante este largo pasaje orquestal de texturas variadas es cuando Jack salva al mago de ser ejecutado y este le entrega un ganso de oro cubierto de un pegamento mágico. Se acerca la primera muchacha, se queda pegada; la segunda se pega a la primera y la tercera a la segunda. Jack emprende su cómica marcha con el ganso de oro y una larga comitiva de personajes que se han ido pegando a ella en su recorrido (las chicas, el párroco, su mujer, el alguacil…) hasta llegar ante la princesa que, al verlos, rompe a reír, y con ella todo el mundo, carcajadas que también escuchamos en el sonido de la orquesta.
Y fueron felices…
“Jack y la princesa se abrazan”. En ese momento el coro se incorporó de nuevo con un dulce canto al amor de armonías complejas y voces que se cruzan. La obra se cerró con la boda de Jack y la princesa y el mismo tema musical del comienzo (“Suenan tambores y trompetas”), el solo de trompeta, el coro que saluda el paso de la comitiva nupcial y unos compases más de la orquesta que se desvanece hasta concluir. Fue un final feliz para el cuento y para la primera parte del concierto, breve pero jugosa, pues dejó el buen sabor de boca de haber escuchado algo nuevo que merecía la pena descubrir, con una gran interpretación tanto orquestal como del Coro Talía, que logró aportar colores y caracteres diferentes a los distintos momentos del relato en los que interviene.
La emoción de una gran sinfonía
Y llegó la segunda parte y el plato fuerte del concierto: una sinfonía penetrante, épica, evocadora, emocionante: la Sinfonía núm. 9 de Dvořák o Sinfonía del Nuevo Mundo. Silvia Sanz, como en todas las grandes ocasiones en su trayectoria como directora de orquesta, prescindió del atril y, con la sinfonía en su cabeza y en su corazón, inició un fantástico viaje con la Orquesta Metropolitana de Madrid como tripulación y el público como pasajero y cruzar así el océano musical de esta sinfonía, unas veces tempestuoso, otras en calma, y presentarnos ese Nuevo Mundo con sus escenas heroicas y paisajes idílicos a través de una acertada interpretación en la que destacaron por la calidez de su sonido los solistas de viento-madera.
Entre el viejo y el nuevo mundo
En 1892 Dvořák se había trasladado con su familia a Nueva York tras aceptar el puesto de director del conservatorio y allí compuso esta sinfonía que terminó y estrenó con rotundo éxito en 1893. El músico dijo haberse inspirado en melodías de los indios americanos y de los espirituales negros, si bien aclaró que no utilizó ninguna melodía negra o india propiamente dicha; solo las imitó con la utilización de algunas armonías y figuraciones rítmicas, como las síncopas, propias de los espirituales negros. Así pues, la llamada Sinfonía del Nuevo Mundo, es tan americana como centroeuropea, más bien una sinfonía creada “desde el Nuevo Mundo”.
Un viaje musical heroico y evocador
El publico gozó de la grandiosidad y belleza de esta sinfonía en cada uno de sus movimientos. Enseguida capta nuestra atención con su introducción lenta, oscura y dramática hasta que oímos la frase arpegiada que constituye el tema cíclico de toda la sinfonía. Pasamos de un tema heroico a un tema indio y a otro bucólico para el que Dvořák se inspiró en el espiritual negro “Swing low, sweet chariot”. En el segundo movimiento (Largo), tranquilo y apacible, escuchamos el conocido solo para corno inglés, interpretado por Alicia Cantus. Es uno de los momentos inolvidables de esta sinfónica, una nostálgica melodía de aire celta o irlandés a la que Dvořák dio en principio el título de Leyenda pues se inspiró en el poema de Longfellow Canto de Hiawatha. Llegó el tercer movimiento (Scherzo molto vivace) que, aunque describe una fiesta en el bosque y una danza de pieles rojas, no tiene elementos de música americana e introduce, incluso, una danza centroeuropea. Y finalmente, el cuarto movimiento (Allegro con fuoco), que sintetiza todos los temas de la sinfonía, ya sean de inspiración europea o americana.
De vuelta a Europa con danzas eslavas
Dvořák volvió enseguida a su viejo mundo centroeuropeo, en 1894. Añoraba su Bohemia natal. Su paso por Nueva York no desembocó en la creación de un estilo de música propiamente americana, porque Dvořák no era americano, pero sí ejerció gran influencia en el nuevo rumbo que tomó la vida musical en Estados Unidos. Así pues, terminó el concierto y estábamos de nuevo en nuestro viejo mundo. Fueron muchos y agradecidos los aplausos para Silvia Sanz como directora y para la Orquesta Metropolitana de Madrid, que afrontó un gran y complejo concierto, no solo en la sinfonía, sino antes también con Holst. No hay concierto sin bis en el Grupo Talía, y la Orquesta Metropolitana dijo adiós con el ritmo alegre de la primera de las Danzas eslavas de Dvořák, obra que el músico compuso inspirándose en las famosas Danzas húngaras de Brahms.